“
REUNIÓN DEL
CÍRCULO DE LECTORES DEL CEBG ALEMANIA
LOS SUPER LECTORES” GERMANOS
Esta,
segunda jornada de estudio y trabajo, del grupo, “Los Super Lectores” se
realizó, el día 24 de septiembre de 2015, a las 11:00 am., en el salón del
Maestro Gustavo.
Integrantes
del grupo de los Super Lectores del CEBG ALEMANIA.
En esta
reunión, se realizó práctica de audición y lectura oral, tomando como base, la
fábula del lobo y el perro, del escritor francés, La Fontaine. Todos los
participantes que aceptaron, tuvieron la oportunidad de leer en voz alta, esta
lectura frente al grupo y aceptar las correcciones que realizó a cada uno, la
profesora Deivis Vergara.
Esta
semana, anunciaremos, los días, de las próximas jornadas de trabajo y estudio,
los planes, programas y actividades locales y nacionales del grupo de los Super
Lectores Germanos.
Maestra.
Deivis Vergara. I° grado A.
AYÚDANOS, A LEER MEJOR, DONA UN LIBRO A LA BIBLIOTECA DEL COLEGIO.
(LECTURA PARA LA PRÓXIMA REUNIÓN)
El amor de la abuelita
RAMÓN FONSECA MORA
La señora recorría la habitación con
paso lento, arrastrando los pies, produciendo con sus chancletas un sonido
rítmico -cloc cloc- que resonaba en las paredes de la casa. Armada con un
plumero atacaba cuanto se le ponía por delante, levantando pequeñas nubes de
polvo azuloso y blanco, y con la otra pasaba un trapo húmedo por lo que ya
había sido desempolvado, quitando las pocas motas que había logrado salvado del
asalto.
-Qué día más lindo es hoy,
¿verdad?- preguntó con tono jovial pero apagado, pues hablar le costaba
esfuerzo con el ajetreo de la limpieza.
No
obtuvo respuesta, pero aún así le devolvió la sonrisa al rostro risueño de su
esposo, que seguía mirándola desde su sitio preferido, a un costado del sofá
que utilizaba para descansar y leer.
Siguió
limpiando con ritmos pausados pero precisos, aprendidos después de innumerables
veces de pasar el plumero y el trapo por el mismo lugar. De repente encontró un sitio que se le había
escapado y, sacudiéndolo, levantó otra polvareda en la que pudo observar las
pequeñas partículas suspendidas a través de los rayos del sol de la mañana que
penetra por la ventana de paneles de vidrio y madera, abierta de par en par.
-¡Huy!
¡Qué suciedad…! -exclamó para sí-. Voy a tener que asear más a menudo este
lugar Continuó con su labor de limpieza, pasando de nuevo el plumero y el trapo
mojado sobre la superficie recién sacudida.
-Voy
a buscar el afrecho para los pajaritos-informó en voz alta-. Tienen que tener
hambre pues es tarde.
Tampoco
esta vez obtuvo respuesta y se dirigió a la cocina en donde saco un frasco de
vidrio lleno de cereal. Extendió el trapo mojado y lo colmó de afrecho, atando
las cuatro puntas de la tela para evitar que los granos se salieran. Regresó a
la ventana, desató el nudo del pañuelo y colocó un puñado de afrecho sobre el
alféizar, mientras llamaba con voz trémula:
-¡
Vengan pajaritos! ¡Fi, fi, fi, fi… ¡ ¡Hora del desayuno! ¡ Vengan, bonitos…!
Como
por encanto, numerosas aves se desprendieron de las ramas de los árboles que
rodeaban la casa, se posaron sobre el borde de la ventana, rodeando a la
anciana, comenzando a devorar los granos con diestros movimientos de sus picos.
Revoloteaban tratando de situarse donde más cereal había caído, muchas veces
emprendiéndola a picotazos en contra de
los demás. La viejecita observaba feliz y colocaba más alimento para remplazar
el consumido por los pájaros. A ratos se volvía y observaba sonriente a su esposo, quien desde su lugar en la sala
también contemplaba la escena, teniendo siempre en sus labios la sonrisa que su
esposa tan bien conocía.
Terminados
los granos, las pequeñas avecillas, un poco más pesadas po lo que habían
consumido, miraron vacilantes a su benefactora tratando de adivinar si habría
más comida. Mas como no vieron signos de ello, poco a poco abandonaron el
quicio de la ventana y volaron presurosas de regreso a los árboles más
cercanos, unas para alimentar, regurgitando, a sus crías, y otras para reposar
antes de lanzarse de nuevo por los cielos de la ciudad. La señora las vio
partir y sabiendo que ya no tendría más compañía, se apartó de la ventana y
reanudó su labor.
Desempolvaba
y pasaba el trapo mojado, una y otra vez, y así avanzaba lentamente entre los
muebles que relucían por lo limpio que estaban. Mientras trabajaba veía
ocasionalmente por el rabillo del ojo el
rostro de su esposo, el cual también comenzaba a brillar al ser alcanzado por
los rayos del sol que se filtraban por la ventana. Cada vez que lo veía sonreía y recordaba los
buenos momentos disfrutados con aquel señor. Revivía el día en que lo había
conocido, con su cabello color marrón y sus ojos grises claros, parado
firmemente en el quicio de la puerta de entrada a la casa de sus padres, con la
mano extendida sosteniendo un ramo de flores y con una sonrisa en los labios,
la misma que ella seguía viendo todas
las mañanas, y la voz de su mama que decía: “Hijita, es Roberto, el hijo
de mi amiga Isabel, quien viene a conocerte.” De allí todo había pasado rápidamente,
casi sin notarlo, y pronto se encontró viviendo en la casa en que ahora estaba,
con sus muros gruesos de piedra y rodeada con un gran patio con fuentes
cantarinas y árboles cargados de frutos y pájaros, viendo la vida transcurrir
apaciblemente en torno a ella, y sintiendo todo los días el amor que se
desprendía de aquellos ojos, los mismos que la miraban desde su sitio preferido
en la habitación.
Siguió
con su trabajo, con su ritmo constante –cloc cloc-, tratando de desempolvar lo
que ya desempolvado, y pasando el trapo, ya no muy húmedo, por las superficies
pulidas de la madera. Todos los muebles que la rodeaban se los había comprado
Roberto, al principio poco a poco, pues
no había mucho dinero después de los gastos por la adquisición de la casa, pero
posteriormente en forma mucho más holgada al crecer el negocio y terminar el
pago de la hipoteca.
Se
acercó a un escaparate estilo francés, menudo y delicado, con vidrios curvos en
sus costados y finalmente labrado y enchapado. Lo abrió con mucho cuidado pues
era frágil, y con mano temblorosa movió el
plumero entre las figuritas de porcelana que coleccionaba dentro de l vidriera.
Muchas de ellas eran regalo de Roberto, otras fueron compradas durante viajes
que hacían juntos, y las más nuevas, con colores más vivos y trazos más
irregulares, eran obsequios de sus hijos, quienes todavía le regalaban figuritas
de porcelanas cada navidad.
Tomó
una de ellas entre sus manos, l que más gratos recuerdos le traía, comprada por
su esposo en Venecia allá por los años cuarenta, cuando todavía había canales
limpios y góndolas, cientos de ellas surcando las vías de agua, con sus
marineros cantando y tratando de atraer pasajeros a sus barcas. Se la había dado de sorpresa, después
de escucharla decir frente al escaparate de una tienda cuánto le gustaba. Se la
había envuelto mientras ella, distraída, veía otras bellezas en una habitación
contigua, y se la había dado ese mismo
día, durante la cena, a la luz de las velas cerca de los canales misteriosos,
mientras escuchaba el murmullo del agua descender hacia el mar. Ella siempre
había creído que la magia de aquella noche penetro en la imagen, y había
permanecido allí, esperando, para surgir cada vez que sus manos la tocaban. La tomó
y al sentir aquel objeto pulido entre sus dedos se halló sentada en la misma
mesa con velas, mirando los ojos grises de un hombre joven.
Devolvió
la figurilla a su lugar de reposo y cerró con delicadeza la puerta de la
vidriera, que crujió al ajustarse. Con pasos lentos y medidos se dirigió al
lugar más sagrado de la casa, a la esquina preferida de Roberto, en donde
estaba su sofá y su pipa: y en donde todas las tardes, como rito solemne,
apenas llegaba de la oficina se sentaba a leer los periódicos y algunos libros
que con las páginas marcadas aguardaban su retorno a medio leer.
Se
acercó con lentitud, casi con devoción, y miró
aquel rostro que tan dulcemente le devolvía la mirada. Observó sus
contorno, su expresión, como tantas veces lo había hecho. Entonces tomó con
cuidado el marco de madera en donde reposaba el retrato de su marido, muerto
hacía muchos años, y con movimientos suaves empezó a desempolvar con el plumero
aquella imagen sonriente
Profesora Deivis Vergara/coordinadora
19 de octubre de 2015.